En mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que
otras esclavas. Voy a vivir largamente y mi vejez será contenta porque
mi estrella "mi z'etoile" brilla también cuando la noche está nublada.
Conozco el gusto de estar con el hombre escogido por mi corazón cuando
sus manos grandes me despiertan la piel. He tenido cuatro hijos y un
nieto, y los que están vivos son libres.
Para ser una esclava en el Saint-Domingue de finales del siglo XVIII,
Zarité había tenido buena estrella: a los nueve años fue vendida a
Toulouse Valmorain, un rico terrateniente, pero no conoció ni el
agotamiento de las plantaciones de caña ni la asfixia y el sufrimiento
de los trapiches, porque siempre fue una esclava doméstica.
Zarité se convirtió en el centro de un microcosmos que era un reflejo
del mundo de la colonia: el amo Valmorain, su frágil esposa española y
su sensible hijo Maurice; el sabio Parmentier; el militar Relais y la
cortesana mulata Violette; Tante Rose, la curandera; Gambo, el apuesto
esclavo rebelde# y otros personajes de una cruel conflagración que
acabaría arrasando su tierra y lanzándolos lejos de ella.
Al ser llevada por su amo a Nueva Orleans, Zarité inició una nueva etapa
en la que alcanzaría su mayor aspiración: la libertad. Más allá del
dolor y del amor, de la sumisión y la independencia, de sus deseos y los
que le habían impuesto a lo largo de su vida, Zarité podía contemplar su
existencia con serenidad y concluir que había tenido buena estrella.